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— 19 — bitacion del Sr. Vicario ofrecía un cuadro horroroso. El buen señor, ó habia abandonado su cama para defenderse, ó le babian sacado de ella arrastrando: lo cierto es que su tronco estaba en el suelo cubierto de sangre y separado completamente de la cabeza. Esta la habian arrojado sobre la cama, que estaba también llena de sangre, y conservaba los ojos desmesuradamente abiertos, como si lleno de asom¬ bro y de horror contemplara á su asesino. Todos los que allí habian entrado se extreraecieron ante aquella cabeza cuyos ojos parecia que se fijaban en cada uno de los circunstantes. El único que permaneció impasible fué Pedro Ciarám, aun¬ que fué el primero á demostrar un intenso dolor por la des- g raeia del Sr. Vicario y de su querida y virtuosa familia. orno la amistad de Ciarám con D. Manuel Perez era tan pública y conocida, todos vieron como la cosa más natural del mundo las manifestaciones del dolor de Pedro. Por últi¬ mo, después de haber examinado cuidadosamente á los cadᬠveres, se hizo el registro de los muebles y todo se encontró intacto, excepto los cajones de la mesa del Sr. Vicario y un armario que habia cerca de su sillon. Las cerraduras de estos dos muebles estaban violentadas; los papeles rodaban por el suelo, y no se encontró en toda la casa ni un solo real. Era, pues, evidente que las muertes se habian realiza¬ do por un ladrón que se habia llevado todo el dinero. En-: tonces recordó Ciarám que en la tarde del dia anterior lia-í bia dicho el Sr. Vicario á los amigos que se habian reunido en la tertulia de los dias de fiesta, que habia recibido 5.000 reales para hacer un pago en la capital. Al oir estos infor¬ mes ya nadie dudó de cuál fuera el origen de la siniestra catástrofe que estaban presenciando. El Alcalde mandó inmediatamente un parte al Sr. Juez del distrito, y en el acto se empezaron á hacer indagaciones. Los primeros á declarar fueron los hombres que habian es¬ tado de patrulla durante la noche anterior, y éstos dijeron que, no solo habian pasado varias veces por delante de la ca¬ sa del Sr. Vicario, sino que se habian parado á la puerta de ella y allí habian estado sentados un buen rato; pero que no habian oido voces ni ruido alguno que despertara en ellos la menor sospecha. El Sr. Vicario era con justicia muy que¬ jido en el pueblo, y todos los vecinos se brindaban para