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υ , ^° η Luis, vicuüo tendido á su adversario, emprende, la fuga, inè^ Ue cntonces ya existia la prohibición de los duelos y la ley era porąbie; á los pocos pasos distingue un

Por

^ tina ronda que frente á élse dirigia. Si la ronda le vé es perdido; eia i - 0 una i(iea le asalla > se acuerda de haber visto por eldiahà- а ц с ‘ sitio en donde está, las ruinas de una casa. Se dirige á ellas y Est СП1ге ^ os cscom bros se esconde esperando á que la ronda pasase. a se para, don Luis no puede verla, pero oye estas palabras: ^«¡Diablo! aquí hay un borracho tendido en el suelo; pero calla, GSüI J muerto!» , Lno de la ronda babia visto el cuerpo de don Pedro tendido en 01 suelo. Y d Todos se acercan, don Pedro aun no está muerto, le interrogan, rav° n oyc con rabia que el iníamc don Pedro, que sin duda pa- 4 , Sgarse de su agresor, no conliesa que tuvo un duelo, sino que щ ага Que un asesino le habia sorprendido y que el asesino se 11a- cerb i ^ uis de Sotomayor. Lo llevan á una casa inmediata para ha- e a Primera cura. Entonces don Luis sale de su escondite, calv ° lr ' п ^ ате acusación de su enemigo, la cólera le subió á la , e . Za У sacó su acero, pero el recuerdo de su querida María y el de Suh !J 0 . le contuvo. D ¡ Luego que la ronda marchó con el herido, don Luis tomó el ca- L* elei subterráneo. Loba María ansiosa de abrazar á su hijo le estaba esperando. ■M verlo solo, su rostro palideció y exclama con voz desgarradora: "ľD roi hijo! ¡qué ha sucedido.ámi hijo! Con Uo L Luis cogiéndola una mano le cuenta la aventura sucedida primo, y luego abogando un suspiro, le dice: j n ^ Querida María, la fatalidad quiere que nos separemos; el Dio me acusó de asesino, y como á tal la justicia hum:

pocos pasos distingue una luz, y luego conoce que

ato

humana

Gj^P^seguirá.—Hoy al despuntar el dia abandonaré mi querida evenir« el moro decía estas palabras, doña Mariale miraba con tójpwa. y abalanzándose á su cuello y derramando un raudal de csclamaba: ¿(vľrjQh! qué desgraciados somos! ¡Abandonarme!... ¡y mi hijo! pi J 6 ? cuidará de mi hijo?... ¡Oh! no... nome abandones!... ¡ten i, de esta desdichada!... ¡Oh... Dios mió!... ¡Dios mio! c 0r * c 'oña María estrechaba mas y mas á don Luis, quien con el solví 011 Agarrado trataba de calmar el frenesí de aquella descon- madre, diciéndola: g u jľľ_ ia çía, mi partida es indispensable, la justicia de Granada se- la Liis pasos, me prenderían como un miserable asesino, y luego,