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SEGUNDA PARTE DE DOÑA TERESA DE RIBERA, EN QUE SE DECLARA lo que sucedió, y el fin de su vida.

Ya dijo el primer Romance como se quedó metida doña Teresa en Ja cueva, del mismo Dios asistida, despojada de sus galas, de un tosco sayal vestida. Ya de Dios arrebatada, no quiso mas compañía, que un divino Crucifijo, calavera y disciplina, un libro y una corona de muy agudas espinas. Siempre en oración, ayunaba cada día y á la hora de comer salia al campo y pacía, como bruto irracional, las yerbas que en él había. Sin compostura el cabelle, que de cuidarlo se olvida; los ojos secos, sumidos de llorar, y las mejillas con lo remanente de ellas, hechas canales tenia: el rostro descolorido,

las espaldas muy heridas, y de estar arrodillada llagadas ambas rodillas. Tanto era su fervor, que su corazón se ardia en fuego de amor divino, llorando sus eulpas mismas. Ya del mundo no se acuerda, ni de sus valias delicias, que sus pensamientos todos solamente en Dios tenia. Tal era su penitencia, tanto ea la virtud camina, que una Catalina en Roma sola pudo competirla, la Egypciaca y Magdalena, que tanto la Iglesia admira, cuya vida y penitencias están en bronce escritas: ya Teresa en el dolor, y en el llanto las imita, y ya el astuto demonio, lleno de mortal ’ envidia, trabaja por derribarla de aquella tan justa vida,