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ABELATVDO.

Eloh*a, ya estoy penetrado, sé·muy bren que es lu amor verdadero, juré serte siempre compañero... oye pues mi discurso fatal. Si estuviera como en otro tiempo (en pensarlo solo me horroriza), fiel te soy y seré, Eloisa, hasta la muerte siempre leal. Ya conozco mi funesto estado, pero nunca jamás he podido olvidarme que soy tu querido hasta que deje ya de existir. ¡Quién ha visto á hombre impotente unirse aun á su tierna amada! y así mi suerte descifrada, no puedo mas tiempo resistir.

A tí sora, amada Eloísa, ver espero en el lance postrero; es constante mi amor, verdadero, lealmente te quiero cumplir aquel voto de unirme contigo, recibiendo el último suspiro, deseando lo que solo aspiro; oye pues, que sin tí no es vivir. Yo fallezco, adiós, Eloisa, haz que sea tu fin mas dichoso, he logrado alcanzar el reposo, luego acabo, te pido perdón. Oye pues mis acentos postreros, ya me hallo del todo agitado; sirve á Dios, deja ya mi cuidado, el alma á Dios y á tí el corazón.

Ш 1 AIO«» DE ABELARDO 1 ELOISA.

En Clison, allá en Bretaña, nació dotado Abelardo de un talento singular y de un exterior gallardo. Dedicándose á las ciencias con imcomparable ardor, consiguió con sus estudios cada vez lauro mayor. Mas siendo su inclinación mayor, la filosofía, marchóse á París, en donde grandes maestros habia. Logró una fama asombrosa, diéronle un canonicato, entronizóse su escuela en el mundo literato. Así pasaron cuatro años, hasta que llegó á saber que habia en París un ángel en forma de una mujer. Quiso hacer conocimiento con ella, y como la halló superior á los elogios, de su beldad se prendó. El canónigo Fulbert, que era de Etoi sa tio, enterado de su ciencia, en su casa le dió asilo.

Pasaron algunos años en el colmo del placer, cuando al cabo de este amor apercibióse Fulbert. Agriamente á su sobrina con furor la reprendió, y al amoroso Abelardo de su casa al punto echó. Junta Fulbert sus parientes, de su agravio les habló, y con ellos la venganza mas infame concertó. Cinco hombres convenidos en casa de Abelardo entraron, y la maldad mas horrenda con prontiiud consumaron... Abelardo r,u vergüenza fue á ocultar ά un monasterio, encerrando su existencia al que llamó Paracleto. Eloísa en un convento, Abelardo en su abadía, en vano al Cielo con ànsia treguas á su amor pedían. Fue entonces que se escribieron aquellas cartas sentidas, por todos tan celebradas, de todo el mundo leídas.