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—Yo confio en que vuestra reverencia no me negará una carta de recomendé cion para el banquero... · · ; .·· i —Os la dare con toda mi alma... Pues qué ¿puedo yo renunciar al»o á annoi á quien Dios no rehusaría nada? 0 1 “ Al dia siguiente por la mañana se dirigió Collet á Nápoles provisto de la carta y ademásde una caja que contenia una sortija de gran valor que el superior emvia- ba al banquero para que le comprase otra (íe igual precio, que había de remitirle con su recomendado. El banquero le recibió con los brazos abiertos, y el asunto se llevó á cabo sin dificultad, recibiendo el joven francés, nombre que daba á Collet en su carta el superior, al dia siguiente 22,000 francos por sus pretendidas rentas y la ca¬ ja con las sortijas, cuyo valor ascenderia á 5 ó 6,000. Compra inmediatamente traje de paisano, ahorca los hábitos, llena con el nombre del Marques de Doula uno de los pasaportes que había sustraído del despacho del síndico de Cardinal sale en seguida de Nápoles, y en un carruaje alquilado en las cercanias se diri¬ ge á Capua. No bien hubo llegado á la puerta de la ciudad una nuve de agentes de policia rodea el carruaje y le pide su pasaporte; él les entrega el que acaba de fingir, y los agentes al recibirlo le preguntan el nombre de la posada en que se hospedaria. I —En la fonda de los estranjeros, respondió Collet procurando á duras penas serenar su rostro. lì I —Pues bien, á la fonda de los estranjeros se os llevará vuestro pasaporte. Collet quedó petrificado. Poco faltó para que saltase del carruaje y echase á correr como un loco; pero repuesto inmediatamente, volvió á recobrar*su sangre fria, resolviendo seguir el hilo de aquella aventura. Llega á la fonda de los es¬ tranjeros, hace brillar el oro, manda á lo magnate y todos se humillan ante él. Solo Collet no estaba satisfecho de sí mismo. Se sienta á la mesa, y no bien lo había verificado cuando se presentó el comisario de policía; pero Anselmo era tal que á medida que aumentaba el peligro, se aumentaba la audacia. —Señor marqués, dijo el comisario, yo espero que tendréis la bondad de no imputarme la falta de que mis agentes se han hecho culpables para con vos; fal¬ ta, cuyo perdón he querido venir á implorar yo mismo, así como á devolveros el pasaporte que no debió salir de vuestra cartera. Collet que un momento antes sintió agolparse la sangre á su corazón, recobró su calma completamente, y dijo al comisario: —Yuestros agentes han cumplido con su deber, y en vez de quejarme de su conducta la aplaudo. Con tales agentes no lo han de pasar muy bien los malhe¬ chores. —El de la policía hizo un saludo respetuoso. Collet tuvo la audacia de convi¬ darlo á comer, y héte aquí amigos al ladrón y al comisario, que se miran cara á cara y que se hacen cumplidos á porfía. . —Yuestras funciones en estos tiempos de revueltas deben de ser muy pa¬ nosas. —Por favor, señor marqués, nome habléis de eso. Siempre estamos con el alma entre los dientes. No parece sino que todos los ladrones de Europa se han dado cita en Capua. Yo no como ni duermo... —Qué os parece esta trucha? — Esquisita señor marqués... ¡Los orimináles me matan á fuerza de... · —-Oh! basta veros para conocer que liareis correr á los perillanes.