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— 21 — su hermano don Pedro, que al ver que la Francia se declaraba, por fin, en contra suya, procurò hacerse cou un poderoso amigo para en adelante, enviando embajadores al rey de Inglaterra. Seguia favoreciendo la victoria á don Pedro, quien conforme se iba apoderando de las ciudades aragonesas las iba guarneciendo con soldados castellanos: trató el de Aragon de entretenerle con negocia¬ ciones de paz mientras que don Enrique voivia de Francia adonde babia ido á solicitar nuevos auxilios de aquel rey para llevar á cabo la usur¬ pación que meditaba. No scavino don Pedro á lo que le proponía su con¬ trario, de lo queen breve tuvo lugar de arrepentirse, porque don En¬ rique entró en España con doce mil aventureros franceses procedentes en su mayor parte de las cuadrillas de bandidos que con el nombre de compañías blancas saqueaban algunos pueblos de Francia, causando gran inquietud á su rey, el cual, deseoso de deshacerse de ellas, consiguió alistarlas á favor de don Enrique, poniéndolas bajólas órdenes de Ber¬ trán Du-Gueselin, capitan muy va ieute, que aunque eu su pais adqui¬ rió gran fama, en Castilla la oscureció completamente. Reunido el ejército francés con el español del rey de Aragon, dou Enrique, que se veia dueño de tantos soldados, tomó desde luego el título de rey y marchó inmediata nente contra don Pedro. Hallábase este en Burgos con muy pocas tropas, por haberlas ocupado en las guar¬ niciones de las plazas que habi a ganado, y no atreviéndose á esperar á su hermano, se retiró á Sevilla, manifestando antes á los burgdeses que les absolvia del juramento de fidelidad que le tenían hecho: en su consecuencia la ciudad de Burgos abrió sus puertas ádm Enrique, quien se hizo coronar con gran solemnidad en el monasterio de las Huelgas. La estrella de don Pedro se iba apagando: muchas ciudades caste¬ llanas se ponían bajo el pendón de don Enrique, y el mismo don Pe¬ dro, desamparado de casi todos los que hasta entonces le habían sido leales, y no creyéndose bastante seguro en España, abandonó el reino embarcándose con dirección á Bayona, que por aquel tiempo perte¬ necía al rey de Inglaterra, cuyo favor iba á implorar. Con la huida de don Pedro, las pocas ciudades que le habían permanecido fieles reco¬ nocieron por rey á don Enrique, quien llegó sin interrupción á Sevi¬ lla, repartiendo grandes títulos y mercedes á todos los que seguían su bandera, grangeándose de este modo el afecto de los pueblos y hacién¬ dose acreedor al renombre coa que desde entonces se conoció de don Enrique el de las Mercedes.