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ROMANCERO EN ESPANA.

y alzóse atrevido en armas. Un solo móvil le lleva, á todos un fin arrastra: surgió espontánea la lucha, y horrible cuanto obstinada. ¿Quién convirtió los hogares en fortalezas? ¿Qué causa lanzó al enfermo del lecho y le hizo esgrimir la espada? ¿Quién acaudilla á los héroes? ¿Quién el deber les señala? ¿Quién los enseres pacíficos trocó en mortíferas armas? ¿Quién dió la voz del ataque? ¿De quién fué la mano osada que azotó el rostro á los héroes triunfantes en cien batallas? Respetemos el misterio; pues cuando un pueblo se alza y en un sentimiento altivo funden su anhelo las almas, averiguarse nó pueden •el origen ni la causa, así como del torrente que rompe todas las vallas, averiguar no es posible de dónde su fuerza arranca; cuál fué la primera piedra que dió salida á sus aguas, y cuál la gota que el rio ‘ tornar logró en catarata. O π —Pronto á la función acudes! —Por mí ya puede empezar. —Ahí vienen los mamelucos por la edle de Alcalá. —A fiesta de sangre llegan. —Algunos la dejarán. —¿Chispas , préstame un cuchillo! — Ruperta, vébe al portal... -—No hay que asustarse... ¡Son tiros! —Dejémosles acercar, ~ y, navaja en mano, ¡á ellos! —Corre la gente hacia acá. —¡Cobardes! —Calle la vieja, «i es que se puede callar. —Retroceden los franceses. -—Otra descarga... ¡Bien vá! -—¿Quién grita?

-- -n a —El banderillero Colasillo. —¿Qué hay, Colas?... ¿Que te han herido?... Aguantarse; donde las toman, las dan. —¿Se acabaron los franceses? —Pocos van quedando ya. —-La calle de la Montera se parece á un colmenar... —Pues mirad la de Carretas. —Y la Carrera... —Tio Blas, ¿tiene usté cartuchos?... Vengan... · —Muchos piensas disparar... —¿Y la Roma ? ! —Cayó herida, hace poco, en un portal de Platerías. + —¿Y Roque? , —Ya estará en la eternidad... —Ahí viene la guardia noble, y muy dispuesta á cargar. —Pues, nada de tiros, ande la navaja nada más. —¡Eh! La vieja del balcon, i no nos vaya á escalabrar coa estos tiestos que tira... Déjelos para Murat. —Judas, remata ese pillo... será uno menos. —¡Atrás! Y al eco de los disparos, al ruidoso relinchar de los caballos, se unen á vocerío infernal. Tormenta de las pasiones, que en el pecho al estallar se traduce en roncos gritos y en horrible crueldad. Ninguno piensa en vencer, solo se quiere matar, caer abrazado al contrario, herir su tostada faz, y buscarle el corazón para clavarle un puñal. Los brillantes escuadrones avanzan ya sin cesar, arrollando en su carrera á una muchedumbre audaz; pero sus filas, mermadas por la muerte, muestran ya