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— 18 — yo te enseñé á querer, yo fui el maestro de la engañosa y pérfida doctrina que corrompió tu cándida inocencia. - Yo en vez de la pureza y alegría que en tu sincero pecho se albergaba, sembré el error, la pena y la perfidia; yo te conduje al solitario claustro, donde una voluntad no persuadida hizo á Dios el tremendo sacrificio del resto miserable de sus dias. Un hábito funesto, un triste velo cubre el verdor, la gala y bizarría del cuerpo mas hermoso y agraciado; los bellos ojos cuya luz solia causar envidia á tantas hermosuras, hoy en la tierra con dolor se fijan. ¿Qué hará mi dulce bien en este instante?, absorta en su dolor y confundida, ¿se habrá olvidado ya de su Abelardo? no, no es posible: su voluntad fina ; no es capaz de olvidar mientras el alma unida al cuerpo permanezca y viva. Yo también por la noche doy la rienda á mi imaginación enardecida,, y busco en mil ejemplos que acumulo, , disculpa á la pasión que me domina. Todos los hombres aman : el salvage que vive sin cultura y policía,, ama á su dulce y cara compañera:; , el tostado africano, el fiero escita, y aun los irracionales también aman. Ama el pez en substancia húmeda y fría, y por el aire en acordados trinos cantan su amor las tiernas avecillas. Sigue el león á la leona fiera, , el ciervo á la ligera, ceryatilla; detrás de la becerra brama el toro, y en los espesos árboles metida,, lamenta y gime con suspiros tiernos · su triste ampr la viuda tortolilla. A,si cuando percibe desde Jejos el olor de la yegua apetecida, desbocado el caballo generoso